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  • Esta subalternidad por ende no tiene referente estable pero

    2019-05-27

    Esta subalternidad, por ende, no tiene referente estable pero tampoco es una abstracción relativa, de manera que los grupos reprimidos históricamente, entre ellos ciertas razas, proveen ejemplos ineludibles pero no exentos de su propio exceso. De manera que todo planteamiento anclado en la identidad exige cuestionamiento, cuando no rechazo. Sin embargo, al acercarse pramiracetam la formación del Estado a través de su literatura y otros textos fundacionales, la deconstrucción entrevé que el criollo latinoamericano compone un legado cultural más determinante que ningún otro, y por ello alude directamente al entorno étnico-racial inherente a esa identidad. Es sin embargo un paso provisional que eventualmente debe desfasar, a veces sin haber aclarado su entrada inicial al mismo. En otras palabras, la deconstrucción no se afinca, como la colonialidad, en locus de enunciación originario que encauza la episteme de la racialización capitalista a partir del siglo xv, pero intuye o sospecha el valor de esa indagación como instancia que problematiza la gestión criollizante posterior que organiza la historia de los estados latinoamericanos. Esa formación —América Latina y sus estados nacionales— es a fin de cuentas la preocupación actual de la deconstrucción, ya sean sus instancias liberales, dictatoriales o revolucionarias. Las tres confirman un conjunto, a veces una totalidad, sedimentada sobre todo en la textualidad literaria y su estudio, es decir, el latinoamericanismo que en gran medida consagra la nación desde la estética. Debe notarse, por ende, que más que una periodización esta lectura del Estado latinoamericano conlleva una teleología del fracaso: los proyectos de modernización liberales o revolucionarios de los siglos xix y xx desembocan en las dictaduras, transiciones y periodos especiales subsiguientes, todo ello visto desde un trasfondo estético monumentalizado por el modernismo, la novela de la tierra, la ensayística de identidad nacional, el boom, el testimonio y otros discursos de compensación estética. El arribo del mercado neoliberal y su nueva lógica en vísperas del siglo xxi corresponde, entonces, al momento en que se cierra el ciclo del error para entrar en una temporalidad menos definible, sin duda preocupante, pero en todo caso abierta a otras posibilidades. Lo que quede del objeto de estudio que emerja entonces, no será un despliegue de nuevos proyectos nacionales en la era neoliberal, o nuevas formas de cultura que devengan los mismos, sino el trauma, el recuerdo inconsolable del legado de experiencias fracasadas que de algún modo se siguen manifestando como residuo de la teleología del fracaso, o fronteras posnacionales que dejen de una vez el vínculo entre literatura y teoría para acercarse más de lleno a Evolutionary clock la relación entre filosofía y teoría política, un paso necesario para atender nociones como el Estado de excepción o la ingobernabilidad que se abren desde el orden global.
    Trauma o vértigo Se sabe que la tensión entre teoría, cultura y política incumbe a todos los acercamientos y paradigmas aquí tratados. Quizá sea más preciso decir que los acecha, puesto que la promesa del presente neoliberal viene simultáneamente velada por un futuro incierto y un pasado desconfiable. Uno de sus aspectos principales ha sido el acoplamiento del entorno tecno-mediático al saber humanístico, el reto de una cultura cuya fugacidad trastorna radicalmente el sentido del tiempo y el espacio. Esa apuesta, inicialmente teorizada por pensadores marxistas como Fredric Jameson y David Harvey, entre otros, intentaba cartografiar las repercusiones de la inmanencia llamada “lógica cultural del capitalismo tardío” aproximando así dos gestiones aparentemente disímiles: el interés de la poética marxista por el horizonte histórico de estructuras determinantes —que el nuevo imperio capital de pronto provee— y la posibilidad de diagnosticarla a partir de un rastreo más atento a la cultura y a las hechuras verbales, lo cual remitía a los estudios literarios y a la epistemología continental, una relación que ahora sólo persiste desde líneas de fuga. No obstante, este roce fundamental abrió múltiples entradas a los anclajes verbales, sexuales y raciales de esa nueva “lógica cultural” que los estudios de este tema han atendido con gran énfasis en las imágenes visuales. También condujo a un examen más detenido del Estado latinoamericano que aborda el estudio de la cultura y la política, a veces inspirado por el episteme étnico-racial de la colonialidad, a veces por la de construcción de las identidades que lo sostienen, a veces por derivaciones sui géneris que ambos proyectos inspiran.