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De todas maneras no escapa a la tem tica
De todas maneras no escapa a la temática de este trabajo la intuición de un contradictorio hecho: de que en este intento de interpretación de estos dos polémicos capítulos de Paradiso, dionisíacos, lo que estamos haciendo es, una vez más, buscar la sistematización iluminista, apolínea, a la que el mismo texto se opone.
Jorge Luis Borges creía que, en literatura, existen muy pocos argumentos para ser contados. Cada repetición, deliberaba, se hace con matices y variaciones que necesariamente deben ser transmutados en belleza, y en esa búsqueda radicaría el deber de un escritor. El poeta, narrador, ensayista y antólogo argentino juzgaba, por otra parte, que la literatura realista no era anterior a las sagas escandinavas del siglo o a la novela picaresca; por lo tanto, concluía que la literatura fantástica goza de una tradición mucho más antigua que ninguna otra. Asimismo, su noción sobre lo fantástico era tan espléndida que no vacilaba en facturar algunas manifestaciones de la teología y la metafísica como obras perfectas de la imaginación literaria. Al sustraer las apetencias de verdad absoluta y trascendentalismo, Borges resaltaba lo que poseían de extraordinario hipótesis filosóficas y sistemas religiosos, convirtiendo esas ideas en materia prima para consumar ficciones cuyo desarrollo mostraba el ángulo estético y maravilloso de un haz de doctrinas y revelaciones ancestrales.
Muchos de los fragmentos congregados en el , en efecto, no fueron escritos como literatura fantástica, pero la operación de editarlos y adscribirlos a ese contexto los hacía ficciones indiscutibles, cuyo valor artístico los circunscribía a una representación que adjudicaba a lo ilusorio una realidad independiente.
En México, la colección Breviarios del fondo de Cultura Económica publicó por primera vez, en 1957, el . Jorge Luis Borges, en colaboración con margarita Guerrero, recurrió al acervo de literaturas y tradiciones filosóficas, históricas y teológicas, nacidas tanto en Oriente como en Occidente, y agrupó alfabéticamente, en un volumen misceláneo, 82 especies de nucleoside transporters irreal cuya mágica concepción podría adjudicarse a la ancestral fuerza imaginativa del ser humano, procedente de cualquier época y de cualquier latitud.
Ulises criollo, o el coloquio del centauro
Ulises criollo se publicó por primera vez en 1935 (México, editorial Botas), y ese mismo año logró cinco reimpresiones y un éxito sin precedentes, al menos en México, para un libro de no ficción. ¿Por qué razón? El nombre de José Vasconcelos se hallaba todavía latente en la opinión pública mexicana como el caso de un intelectual que, puesto a incomplete dominance conquistar la presidencia de su país, había perdido las elecciones de 1929 por la maquinaria política—casi tiránica— de Plutarco Elias Calles. Vasconcelos había ganado protagonismo al argüir denuncias frente a un fraude electoral que lo expuso a varios atentados en su contra, a la persecución y asesinato de varios de sus seguidores y a su situación de exiliado político. De suerte que Ulises criollo, seis años después de aquellas confusas elecciones, parecía de alguna forma una reivindicación. Venía con cierta carga —era inevitable— mesiánica: se trataba del libro de un intelectual que por haber aspirado a la presidencia de su nación traía “implícito” un mensaje bienhechor, esperanzador sobre el futuro. Nunca se concibió —ni siquiera todavía— como las memorias meramente subjetivas o intimistas de quien está a punto de morir y dilucida moralmente sobre su vida, No. En Ulises criollo Vasconcelos se volcó a la interpretación social e histórica de su país: relató y se inmiscuyó —porque en algunos casos fue protagonista activo— en los pormenores del fin del porfirismo y en las vísperas del comienzo de la Revolución mexicana. “Inclasificables sin ser nunca ilegibles [al decir de Christopher Domínguez Michael] las memorias vasconcelianas reinan sobre la literatura en nuestra lengua como las Memorias de ultratumba, de Chateaubriand, reinaron sobre la Europa de la Revolución, el Imperio y la Restauración”. Y como Chateaubriand, visto muchas veces como reaccionario, Vasconcelos no se apoya en una teoría ideológica o en un determinado discurso político sino, en esencia, en la narración de su propia vida. Ulises criollo arranca desde su más temprana infancia a partir de sus primeros recuerdos en Oaxaca, pasando por sus entrañables años en la escuela de Eagle Pass, en Texas, sin olvidar su adolescencia “nómada” entre una y otra ciudad mexicana, hasta su aparente arraigo en la capital como abogado de compañías estadounidenses que lo llevarían por primera vez a Nueva York, desde donde conspiró para la caída del régimen porfirista. Termina su narración con el golpe militar de Victoriano Huerta.