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Meses más tarde, en “Un monosindicato que se adhiere purchase Nocodazole las huelgas” (, 14/enero/1935), Max Carón incluye un pliego petitorio donde delata y, a la vez, desvirtúa la profesión de su alter ego, la de traductor de cables del inglés y del francés: “Obligación de Gilberto Owen (el señor de la atalaya) de no hacerlo maromear en los cables y de prestarle el sobretodo cada vez que uno quiera presumir en cine” (ápud García y Cajero: 224).
Como jefe de redacción de (entre el 26 noviembre de 1938 y el 1 de abril de 1942), seguramente Owen también tuvo que traducir páginas completas para alimentar esta revista con tópicos de interés general: sobre un pintor, un poeta, una fecha memorable, un hecho curioso o extraordinario. Lo lamentable es que si ni a Josefina Procopio, su editora, mencionó las decenas de artículos y crónicas en las emisiones diarias de , con su nombre o con seudónimo, menos referiría los textos que vertió al español, ya del francés, ya del inglés, en la revista de don Fernando Martínez Dorrien.
Las traducciones conocidas
Las traducciones perdidas
Entre las traducciones perdidas que podrían estar soterradas en algún archivo personal, por ejemplo en el de los Goros, José y Celestino, se encuentran las que enumera una nota de la redacción de la revista El Espectador, dirigida por Humberto Rivas: “San Secondo: Lazarina entre cuchillos. Trad. de Gilberto Owen”, “Roger Marx: Simili. Trad. de Gilberto Owen” y “Charles Vildrac: El peregrino. Trad. de Gilberto Owen” (ápud Magaña: 83 en “Documentos”). El anónimo redactor, nuevamente, atribuye solo a Owen la traducción de San Secondo.
También pueden considerarse extraviadas las traducciones que Owen preparaba para una antología de poetas norteamericanos jóvenes a cargo de Alfonso Reyes, originalmente para los Cuadernos del Plata, luego sustituida por Línea. Sobre esta empresa, Owen pregunta a Villaurrutia (29/noviembre/1929): “¿Qué traducciones le has enviado a Reyes para su antología? Yo estoy traduciendo a half-life los cuatro o cinco que no han publicado libro. De dos de ellos estoy seguro, pues valen, de los otros todavía no sé” (1979: 268). Y luego, Owen insiste con Alfonso Reyes (18/ diciembre/1928), aunque se desconoce la respuesta del corresponsal:
Imposible saber el destino de estas traducciones aún sin revisar. Otro texto que también puede considerarse perdido es el que anuncia a Reyes desde Bogotá (14/marzo/1933): “traduzco el Jeremías de Zweig para no salirme a la calle a gritar mi protesta contra esta guerra incalificada” (277). Finalmente, unas traducciones que Owen menciona en un artículo de homenaje póstumo sobre Edwin Arlington Robinson (7/ abril/1935): “Ahora no voy a escribir de Edwin Arlington Robinson; andan entre mis papeles muchas versiones de sus poemas; se mueren entre mis papeles muchas notas que entonces eran imágenes vivas y vívidas; yo le pido, ahora que sé de pronto qué grande amigo mío era, el respiro del orden para ordenarme sus recuerdos” (ápud García y Cajero: 97). Hasta aquí los lamentos y en seguida unos felices hallazgos.
Traducciones rescatadas
Además de las traducciones más o menos conocidas de Owen, casi todas insertas en revistas, quiero mencionar otras tres totalmente desconocidas en su bibliografía. La primera traducción publicada por Owen no sería la de los poemas de Paul Valéry, en Contemporáneos, sino otra que se halla al final de una colaboración en Ulises hasta hace unos meses olvidada. Me refiero al fragmento del prefacio de un poemario que, quizá, Lautréamont nunca escribió. En la sección “El Curioso Impertinente”, se encuentra este ejercicio de traducción después del apartado “Margarita de niebla y Benjamín Jarnés”, con el titulillo “Lautréamont”. Al parecer, el traductor también tenía entre manos un avance del VI de Los cantos de Maldoror; se conforma, sin embargo, con ofrecer las líneas del paratexto sin texto, en los términos siguientes: