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  • El juego de las apariencias y

    2019-04-16

    El juego de las apariencias y la obtención de un estatus no son privativos de los consumidores del arte en este texto: coleccionistas, guías de museo o críticos improvisados. El cuento “Borges y el ultraísmo”, también del libro Amores de segunda mano (1991), ubicará la discusión directamente en los territorios de la academia y los autores consagrados del boom latinoamericano. El texto configura dualidades complementarias entre protagonistas y tematizaciones. La primera dualidad corresponde al antagonismo entre Florencio Durán, el gran escritor perteneciente EHop-016 este “Parnaso latinoamericano”, y Silvio, un investigador de literatura y docente de una universidad situada en los Estados Unidos. La confrontación surge desde las primeras líneas de la narración, cuando Florencio cuestiona en un evento público en su honor, el tema de tesis doctoral de Silvio: En el cuento de Serna, el consejo de Florencio respecto a la tesis de Silvio adquiere esta jerarquización superior: su valor de verdad ante los otros radica en la posición que juega el escritor como instancia superior frente al académico dentro del universo narrativo. Sobre la malla de poder generada por este juego de posiciones, refiere Pierre Bourdieu: La interpretación ficcional que Serna realiza en el cuento sobre las posiciones autor y académico en su horizonte cultural, remite a esta colocación del escritor como instancia privilegiada, legítima y reconocida por los otros. No obstante, esta reconstrucción está sustentada en el énfasis de su competencia con la instancia académica, más que en la complementariedad funcional latente. Aún así, el mismo Silvio parece reconocer también esta jerarquía, como puede leerse en las siguientes líneas: Silvio le reprocha a Florencio su falta de solidaridad como escritor con el gremio académico, pero lo hace desde el prejuicio operante de calificarse a sí mismo como “un parásito del talento ajeno”. No obstante, esta descalificación inicial contrasta con una reafirmación posterior de su papel dentro del campo literario, posición basada en una institución legitimadora de sus productos y productores. Afirma Silvio un poco después: “Modestia aparte, soy el investigador más brillante de esta maldita universidad”; en una actitud de refugio en valores gremiales (102). Se cobija, por tanto, en la idea de institución como la instancia autorizada para “el control de la cultura”, es decir, para determinar el valor de los bienes culturales y, por atribución, de sus productores (ver Even-Zohar 1999b: 49). De ahí que sea mucho más molesto para Silvio percatarse que esa “maldita universidad”, esa institución a Prophage la que pertenece, cede ante los encantos del escritor consagrado. El segundo golpe a su ego está vinculado con la actividad docente de Silvio y su papel activo en la conservación de un canon y una forma de entender la literatura, mediante el establecimiento o repetición de contenidos educativos obligatorios (ver Bourdieu 2003: 272). Lo que queda en cuestión es la autoridad de Silvio frente a sus alumnos: La crítica no es, por supuesto, a un solo modelo teórico, sino a lo que representa dentro de la institución académica. Florencio tiene el atrevimiento de tocar, esta vez, el estatuto de validez de estos contenidos y, por tanto, poner en entredicho la posición de Silvio. Incluso, llega al grado de cambiarle de nombre: para él se llama “Eduardo” (118), en una abierta burla a su falta de posición en el campo literario donde él es toda una figura. La construcción irónica está presente en todo el texto a partir de estas dualidades de sentido, sin embargo, el factor fundamental de ironización del relato se encuentra en sus últimas líneas. Después de haber seguido la narración desde la voz de Silvio con todas sus diatribas y quejas, el lector es informado que Florencio ha sido todo este tiempo el mediador de esta voz —una especie de autor implícito ficcional y con función vocal además de diegética— y ahora se manifiesta para descubrir que todo el texto constituye una focalización interna a su punto de vista de lo ocurrido. Añado el fragmento, dada su relevancia para la interpretación del cuento. La voz inicial sigue siendo, por lo menos aparentemente, la de Silvio: